NEGACIONISMO Y
ACUERDOS DE PAZ
EN COLOMBIA
(o La danza de los hipócritas)

Por Jaime Giraldo González-Rubio.

   

   
La extrema derecha colombiana
y los acuerdos de paz

Negacionismo
El término «negacionismo» fue aplicado por Henry Rousso en 1987 al hecho de negar la existencia histórica del genocidio judío llevado a cabo por Alemania durante la segunda guerra mundial (con la colaboración de una parte de países europeos). Desde entonces, el fenómeno de la extrapolación ha permitido la migración del término hacia «otras» situaciones geopolíticas et/o históricas; en forma general el concepto «negacionismo» se aplica a la negación hechos históricos que comportan graves violencias aunque la existencia de esos hechos haya sido probada.

Agentes patógenos
La búsqueda de agentes patógenos causantes de la amnesia que afecta al país político colombiano no parece despertar interés entre los intelectuales, con excepción de una minoría de sociólogos y analistas considerados despectivamente como representantes de ideologías exógenas y caducas; algunos de esos agentes asociados a la amnesia, han sido aislados: la ignorancia o superficialidad de la población; la manipulación de la opinión pública por parte de profesionales de la política de cuya ideología han sido extirpados tanto los hechos históricos como el bienestar de la sociedad; la misma manipulación por parte de ciertos grupos económicos y gremios (industriales, latifundistas) cuyas propias historias comportan crímenes sociales, económicos y/o crímenes contra comunidades humanas (despoblamiento, desapariciones, migraciones forzadas, asesinato.

Simplismo, reducción
Aunque no exhaustivos, los agentes citados pueden contribuir a la comprensión de la violencia colombiana desatada a partir de 1948 así como a la comprensión del panorama político nacional en esta segunda década del siglo XXI, panorama caracterizado por «simplismo», por la reducción a flashes instantáneos de la coordenada «tiempo» (o descarte de procesos históricos); por una mentalidad asimilable al espíritu Western (de la conquista y colonización del Oeste norteamericano) y al espíritu hispano-portugués (de la conquista y colonización de América Latina) cuyos crímenes han sido «negados» o escondidos detrás de dogmas cristianos, de ideologías racistas, de sentimientos de superioridad civilizacional.

La inmediatez
El simplismo y la ignorancia de procesos históricos, sumados a una mentalidad dogmática mediante la cual se divide al país entre los buenos y los malos, sirven de base a un evidente caso de «negacionismo a la colombiana». El país político ha perdido la capacidad de analizar, de mirar en profundidad, de tener en cuenta causas, y se entretiene en polémicas, disputas, discusiones ligadas a la inmediatez, a lo instantáneo, a los sucesos últimos; a la manera de un médico que cercena miembros enfermos desentendiéndose de causas y procesos patológicos.

Aquellos que no saben recordar el pasado
La “auto-absolución” generada por simplismo e instantaneidad y respaldada por una fuerte dosis de cinismo hace helar la sangre (El punto no es buscar causas, proclaman intelectuales de renombre, no somos responsables por hechos sucedidos hace más de 50 años). ¿Qué reacción se podría esperar del país político si se lo invitara a reflexionar sobre la tragedia de Edipo, cuyo protagonista nunca recurrió a la amnesia ni a la auto-absolución no obstante el carácter fortuito de su crimen? O si se lo invitara a reflexionar sobre enunciados célebres como estos: “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños” (Cicerón, 106-43 AC, escritor, orador, político romano); "Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte” (Marcelino Menéndez Pelayo, 1856-1912, filólogo, historiador, bibliógrafo); "El progreso, lejos de ser consistente en el cambio depende de la retentividad. Cuando no se retiene la experiencia, como entre los salvajes, la infancia es perpetua. Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo. En la primera etapa de la vida la mente es frívola y se distrae fácilmente, pierde progreso al caer en la consecutividad y persistencia. Esta es la condición de los niños y los bárbaros, en la que el instinto no ha aprendido nada de la experiencia" (George Santayana, 1863 –1952, filósofo, ensayista estadunidense).

Las víctimas de la violencia
El «negacionismo a la colombiana» se caracteriza por un estado de evasión de responsabilidades (una emulación por hipocresía del niño que al cerrar los ojos asume no ser visto). El país político niega su responsabilidad por la violencia desatada a partir de 1948, esto es la responsabilidad del aparato político, inicialmente bipartidista, representante de sectores económicos sociales superiores, caracterizado por su adherencia al poder, por su corrupción, por su permeabilidad moral. El «negacionismo a la colombiana» se caracteriza por la negación tajante de un crimen de características monstruosas, engendrado, promovido, desatado por el país político y por sectores económicos superiores urbanos, consistente en la demolición sistemática mediante la violencia de las estructuras sociales, morales, económicas de “otro país”, el rural.

Crisis moral urbana
Las doscientas mil víctimas mortales campesinas de la primera década de la violencia; otro número de miles de víctimas igualmente campesinas de los últimos sesenta años, los millones de habitantes rurales, conocidos como «desplazados», «forzados» desde 1948 a emigrar a los centros urbanos y a vivir en condiciones miserables (nutriendo en las ciudades los llamados cinturones de la miseria) no son considerados por los habitantes de esos centros urbanos, incluyendo a intelectuales, historiadores, docentes, como «víctimas» de un flagelo infligido despiadadamente a la población rural. El crimen masivo no despierta en las conciencias ciudadanas ningún lamento, ninguna excusa, ningún sentimiento de culpabilidad. Por sus conciencias no pasa ligeramente la idea de un crimen que obliga a un reconocimiento y a una reparación por parte del país político, del país económico, de la ciudadanía urbana.

Por lo contrario, los «desplazados por la violencia» son calificados, juzgados, definidos por la clase política, la clase social alta o privilegiada y la clase media de los centros urbanos como una plaga invasiva e insoportable de “ignorantes”, “pobres”, “indigentes”, “menesterosos” responsables de la inseguridad, de afear las calles, de la proliferación de ventas ambulantes, de la invasión del espacio público, de la mayoría de los crímenes que azotan las ciudades.

El fallecimiento de la izquierda
En las sociedades europeas, la estratificación política divide gradualmente y a la vez colma o satura los panoramas nacionales, con opiniones, partidos, teorías, formando una especie de arco Iris o gradiente político continuo cuyas tonalidades comienzan en la extrema izquierda y terminan en la extrema derecha. Esta universalidad garantiza el ejercicio de derechos y libertades democráticos. En Colombia, del gradiente político ha sido extirpada una buena mitad; las teorías, las opiniones, los partidos, constituidos, admitidos, respetados, ocupan un gradiente que comienza a la derecha del centro y termina en la extrema derecha. Aunque la ley garantiza su existencia, las opiniones públicas europeas condenan de manera radical a los partidos de extrema derecha por el contenido de sus ideologías, contrarias a muchos de los fundamentos, derechos y valores de la humanidad. En Colombia, la extrema derecha (o ultraderecha) es respetada, venerada, respaldada por un inmenso número de intelectuales y por grandes sectores de la sociedad. La extrema derecha impone sus reglas, es respetada, es admirada. Como si hubiese un temor latente, prácticamente nadie se atreve a denunciar o combatir sus prácticas innobles, cualquier intento de hacerlo es diluido por «otros» mediante amenazas, o posiciones de cobardía política (utilizando argumentos de este tipo: No debemos hablar de “ultraderecha” porque eso invita a la polarización, que no es buena para el país). A esta atmósfera de coacción se suman los asesinatos de sindicalistas y periodistas de investigación e independientes.

Un arco Iris mutilado
En la década de los años sesenta, un partido político de izquierda, el Movimiento Revolucionario Liberal, dirigido por Alfonso López Michelsen y Alvaro Uribe Rueda, fue acogido y respaldado con gran fervor por una gran masa de colombianos. Después de algunos años, López Michelsen arrió las banderas y se integró a los partidos tradicionales de derecha. Unos veinte años después, un nutrido grupo de senadores, representantes, concejales y alcaldes, elegidos bajo las banderas de la Unión Patriótica (nuevo partido de izquierda) fueron asesinatos sistemáticamente, así como lo fueron sus partidarios; algunos lograron salvar sus vidas desapareciendo. El crimen masivo significó la aniquilación de las fuerzas políticas de izquierda, fenómeno demoledor que quizás explica la existencia en la atmósfera colombiana de un arco Iris de cuyo abanico cromático han sido amputados todos aquellos colores que estaban a la izquierda de su centro. Un arco Iris mutilado.

La conjuración
Tal aberración ha tratado de ser “reparada” en la capital de la república mediante intentos no muy exitosos. De tres cuatrienios consecutivos de alcaldes elegidos por la izquierda, el segundo (Samuel Moreno) fue condenado por corrupción; el tercero (Gustavo Petro) no respetó los códigos de pleitesía imprescindibles ante las clases sociales altas y las fuerzas de derecha; es bien conocido el secreto de los lustrabotas: llamar doctores a aquellos “patrones” que se sientan en sus butacas callejeras, sea cual sea su nivel de educación, su moral. El alcalde Petro no lo hizo. Por tratar de gobernar en beneficio de la «plaga invasiva e insoportable de ignorantes, pobres, indigentes, menesterosos responsables de la inseguridad, de afear las calles, de la proliferación de ventas ambulantes, de la invasión del espacio público, de la mayoría de los crímenes que azotan la ciudad de Bogotá» se echó encima no solamente a la clase política de derecha y ultraderecha sino a industriales y comerciantes, y a las clases sociales media y alta (habitantes del Norte de la ciudad). Quizás no podía ser de otra manera, por primera vez en la historia un alcalde no gobernaba en beneficio de los sectores privilegiados; el desprestigio, el descrédito, la deshonra fueron algunos de los efectos de una campaña mordaz, bien orquestada, demoledora, llevada a cabo en su contra por poderes económicos, y políticos, por la prensa, por las clases media y alta, por todo el establishment, un evidente contubernio.

Las FARC debilitadas
Las negociaciones de paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), fustigadas por ideologías de derecha y de extrema derecha, únicas fuerzas políticas existentes, se llevaron a cabo bajo el espectro de derrotas militares sucesivas de las FARC, consecuencia de una no rara asociación entre inmensos fondos, tecnología y material de guerra norteamericanos bajo la apelación «Plan Colombia» (aportados inicialmente para combatir la producción y el comercio de drogas pero rápidamente desviados hacia las operaciones de guerra contra los movimientos guerrilleros), y el ejército colombiano dirigido por el mismo Juan Manuel Santos, jefe de guerra de Alvaro Uribe Vélez (presidente del 2002 al 2010, ideólogo y cabeza indiscutida e indiscutible de la ultraderecha colombiana). No era la primera intervención extranjera camuflada en los asuntos políticos internos; en la década de los años sesenta, bajo los auspicios estadunidenses, el gobierno nacional, sometiéndose al plan LASO (Latin American Security Operation), atacó masivamente las estructuras sociales rurales establecidas en Marquetalia, Tolima, provocando como acto de defensa campesina la creación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Justicia y reparaciones «a mínima»
Parecen evidentes los intentos de las FARC, que habían nacido como como organismo de auto defensa campesina, de poner como condición de paz la redención del campesinado colombiano por los crímenes cometidos contra él mismo a partir de 1948, crímenes llevados a cabo por la clase política, por sectores y gremios económicos, por bandas de criminales denominados paramilitares, por latifundistas, por narcotraficantes, por las fuerzas militares del país, por las mismas FARC y por otros movimientos guerrilleros (en el inevitable desarrollo de una guerra sucia). Los intentos de las FARC dieron resultados bastante tímidos, evidenciados en la inexistencia de compromisos reales y obligatorios no obstante la fraseología de buena intensión de los acuerdos (el capítulo primero se refiere a una reforma rural integral, a la reversibilidad de los efectos de la guerra en el campo y al desarrollo de áreas rurales). No podían dar mejores resultados por varias razones: el debilitamiento militar de las FARC, la inexistencia de fuerzas políticas de izquierda dentro del panorama nacional, la fuerza persuasiva de los sectores de derecha participantes en las negociaciones, la brutal campaña de desprestigio de los dos bandos negociadores llevada a cabo por la ultraderecha colombiana.

La sombrilla
La desaparición de la izquierda, la consecuente reducción del panorama político a partidos de derecha y ultraderecha, y una intelectualidad (que incluye al estudiantado) entregada, doblegada, sumisa han constituido un terreno propicio a la germinación del «negacionismo a la colombiana», consistente en negar la existencia de crímenes en contra de la población rural del país, «haciendo ver» y «dejando ver» al país real única y exclusivamente los crímenes cometidos por las FARC. Entre esos crímenes están el secuestro, la extorsión y la protección de cultivos ilícitos y el narcotráfico (supuestamente necesarios como fuente de financiamiento y operación de un ejército irregular de muchos miles de soldados-guerrilleros), la incorporación a sus filas de campesinos menores de edad, atentados con explosivos como el del Club El Nogal de Bogotá en el 2003, ejecución de soldados y civiles. Esa sombrilla de crímenes de la guerrilla, mostrada al mundo bajo el radiante sol del país, oculta en su sombra crímenes no solamente similares y equivalentes sino peores, cometidos en la guerra sucia por una coalición variable formada por latifundistas, industriales, políticos, narcotraficantes, sectores de sucesivos gobiernos nacionales, departamentales y de alcaldías, ejército, paramilitares…

Los falsos positivos
Uno de esos crímenes, aberrantes, sacados a la luz del sol como excepción, bautizado como «falsos positivos», era conocido según la National Security Archive por la CIA estadounidense desde 1994 y descripto «como práctica común del ejército colombiano en colaboración con paramilitares y narcotraficantes». Consistió en el asesinado sistemático de miles de civiles por parte de «pelotones» (componentes de «compañías») del ejército, entre los cuales, a la manera de juegos deportivos macabros, se llevaban a cabo competencias sobre el mayor número de bajas enemigas. Las víctimas eran en general campesinos, raptados o alejados de su hábitat mediante promesas de trabajo y otras astucias hasta sitios predeterminados, en donde después de ser asesinados eran revestidos con uniformes de la guerrilla, botas y armas, y colocados en medio de escenas simuladas de combate, macabras pantomimas cuyos objetivos eran presentar las mejores estadísticas de bajas enemigas. Los «pelotones» triunfadores y toda la escala de mando, desde los más altos comandantes, se beneficiaban con premios e incentivos (recompensas monetarias, reconocimiento por valentía y patriotismo, ascensos, vacaciones, capacitación en el extranjero - en Israel particularmente). El número de víctimas de esta violencia oficial subió en forma vertiginosa durante los ocho años del gobierno de ultraderecha de Alvaro Uribe Vélez.

Negacionismo a la colombiana
El negacionismo a la colombiana consiste en utilizar los crímenes de las FARC como chivo expiatorio, cobertura útil y necesaria al ocultamiento y negación de un inmenso abanico de crímenes llevados a cabo en contra del país rural durante los últimos setenta años por parte de la mayoría de los elementos representativos de la sociedad colombiana. La danza de los hipócritas.

Cali, 14 de Septiembre 2016